Sergio Monsálvez, Profesor de Educación Básica, Magíster en Educación mención en Evaluación Psicopedagógica, Universidad Finis Terrae.


La escuela ha respondido a la diversidad a partir de diferentes prismas, en la medida en que los conceptos de integración e inclusión se han ido insertando. La mirada médica o restringida, que nace a comienzo del siglo XIX, con estudios sobre el cerebro y el lenguaje, las dificultades motoras y otras condiciones físicas, aún nos acompaña en las escuelas con conceptos como diagnósticos, trastornos y tratamientos de apoyo. Entre los años 60 y 90 del siglo XX se incorpora el término de dificultades de aprendizaje y de Necesidades Educativas Especiales, en la llamada fase de integración, con lo que las escuelas comenzaron a intentar responder a las características de algunos estudiantes y comienza el apoyo pedagógico. En nuestro país, desde 1990 comienzan las primeras normativas legales sobre integración escolar, sin embargo, una escuela inclusiva desde el punto educativo, es aquella donde se considera que la enseñanza y el aprendizaje, los logros, las actitudes y el bienestar de todos los niños y jóvenes son importantes. Desde esta concepción, la inclusión es mucho más que la integración de los niños con NEE, sino que avanza hacia una escuela integral de calidad y participativa.

En el año 2000, Booth y Aniscow nos indicaban que las escuelas inclusivas deben ser capaces de crear culturas, elaborar políticas y desarrollar prácticas inclusivas. Estas tres dimensiones, en la medida que las escuelas respondan a ellas de manera consiente, responsable e intencionada, permiten romper con las barreras hacia el aprendizaje y la participación. Esto quiere decir que las escuelas deben declarar en sus proyectos educativos y en sus documentos de políticas internas (como reglamentos internos, de convivencia escolar y planes de mejoramiento educativo, entre otros) cómo se encargan de movilizar los recursos y organizarlos para responder a la diversidad. En esta última década, nuestro país ha integrado diferentes legislaciones que, en su conjunto, han llevado a las escuelas a responder a la diversidad, entre ellas el decreto 170/2010, sobre los programas de integración escolar, el decreto 83/2015 (sobre diversificación en el aula, decreto 67/2018 sobre evaluación y la ley 20845/2015 de inclusión escolar sobre acceso escolar y fin al lucro.  Sin embargo, las políticas por sí mismas no favorecer la inclusión en los establecimientos educativos. Debemos entender que los cambios de cultura al interior de las instituciones son complejos y requieren de la voluntad de todos los actores, así como acciones pertinentes, planificadas y específicas que apunten al logro de metas claras respecto a la temática, que además respondan de manera contextualizadas a las características de los estudiantes.

Esta difícil tarea ya es compleja en un contexto sin pandemia, cuando todos los actores de la comunidad escolar interactuaban y compartían espacios físicos, entonces ¿cómo pueden responder las escuelas en un contexto incierto, de virtualidad o mixto?

  1. Focalizar la gestión y organización del currículum, considerando la priorización curricular. Para ello es necesario tener información de base: ¿Cuál será la modalidad de clases? ¿Cuánto logramos avanzar este año respecto a los OA? ¿Cuáles son las características de nuestros estudiantes? ¿Alguien requiere apoyos adicionales?, ¿de qué tipo? 
  2. Innovación pedagógica y trabajo interdisciplinario: Integrar actividades que permitan responder a más de una asignatura y/o Objetivos de Aprendizajes (OA), de manera de descomprimir los tiempos de trabajo de los estudiantes, en el que ellos puedan ser “los actores principales” de las clases. Pueden utilizar las siguientes preguntas para reflexionar respecto a su quehacer: ¿Qué actividades podría diseñar que responda a más de una asignatura? ¿Cuánto tiempo de mi clase destino a clases expositivas Vs. Clases participativas? ¿Qué tan independientes son en su trabajo? ¿mis actividades de aprendizaje favorecen el trabajo colaborativo y participativo? ¿Otorgo oportunidades para que todos mis estudiantes participen e interactúen con diferentes compañeros? ¿Las pautas e instrucciones de trabajo son suficientemente claras para permitir el trabajo autónomo? ¿Las actividades que propongo son contextualizadas y permite que mis estudiantes se involucren en ellas?
  3. Diseñar actividades de aprendizaje de procesos, que permitan integrar la evaluación formativa (levantamiento de información de logro en base a habilidades y OA priorizados. ¿Qué indicadores de evaluación me permiten identificar el nivel de logro de la actividad que diseñé? ¿Qué acciones puedo destinar para retroalimentar a los estudiantes? (es posible retroalimentar uno a uno o en grupos pequeños) ¿Necesitaré modelos terminados para mostrar el nivel de logro esperado a mis estudiantes?
  4. Colaboración interdisciplinaria: Permitir espacios de trabajo interdisciplinario, que permitan sistematizar el levantamiento de información de las evaluaciones formativas, y de esa manera responder a las características de los estudiantes y sus procesos educativos. ¿Con quienes me puedo reunir para trabajar? ¿Estoy dispuesto a reconocer mis debilidades pedagógicas o de atención a las NEE para recibir sugerencias de trabajo que permitan responder a mis estudiantes?

Sigue siendo desafiante, para los docentes y los agentes de las comunidades escolares, otorgar una educación inclusiva y que se encargue de derribar las barreras hacia el aprendizaje, respondiendo a las características de los estudiantes, favoreciendo la participación de todos y todas, sin importar las características físicas, de etnia o creencia religiosa y que garantice las condiciones estructurales para el acceso, la permanencia y la interacción de estudiantes diversos.