Soledad Acuña y Natalie Sève, académicas Magíster en Creatividad e Innovación Pedagógica, Universidad Finis Terrae.


Es abril de 1917, un francés y dos amigos caminan por las calles de Nueva York, la ciudad del futuro, llena de estímulos, de nuevas formas, nuevos colores y nuevos atardeceres. Antes de que termine el día se detienen en una plomería, la tienda minorista de J.L. Mott, entra el francés y compra un magnífico urinario de porcelana de Bedfordshire el cual lleva en un taxi hasta su estudio. Lo instala al medio de su pieza y comienza a mirarlo con detención. Finalmente decide ponerlo al revés y firmarlo como R. Mutt. La obra estaba casi lista, sólo faltaba darle un nombre. Él eligió La Fuente.  Hace unas pocas horas atrás, el urinario era una pieza indefinida, ubicua, ahora gracias a la acción de Marcel Duchamp, se había convertido en una obra de arte.  

Esta breve historia narra el cambio más sorprendente en la historia de arte del último siglo. De un momento a otro dejó de importar el material, dejó de importar la técnica, para dar paso a la idea, al concepto que el artista quiere transmitir. Se trata de un cambio que pone el pensamiento en el centro del proceso artístico de una manera evidente y necesaria. ¿Pero qué ha sucedido con el arte en la educación? ¿Se ha producido también este cambio en la sala de clases? Todo parece indicar que en educación seguimos centrados en los materiales y en desarrollar habilidades que tienen más que ver con la técnica y no con el proceso de pensar, de reflexionar. Si queremos realmente poner el desarrollo del pensamiento creativo como centro del proceso educativo, entonces deberíamos comenzar a mirar más en serio el arte contemporáneo como una herramienta que nos podría ayudar a alcanzar ese objetivo. 

Pensamos que en educación inicial, el arte y el juego son LAS herramientas a través de la cuales los niños aprenden. Sin embargo, al observar más de cerca sus prácticas podemos darnos cuenta que la norma es: Salas de clases atiborradas de imágenes y colores sin ningún sentido pedagógico detrás. Las canciones, cuentos, actividades de dibujar y recortar muchas veces caen en la literalidad, en la necesidad de repetición o simplemente de reproducción, otorgando muy poco espacio para el desarrollo de la imaginación del niño. En resumen, el trabajo con las artes en educación inicial, de la manera en cómo se está llevando a cabo, no contribuye al desarrollo de la imaginación y de la creatividad en los niños y de ninguna manera se encuentra conectada con el arte contemporáneo post Duchamp. 

A esto se suma que históricamente, la relación entre arte y primera infancia en Latinoamérica ha estado llena de estereotipos. Somos herederos de las ideas de Lowenfeld que concibe el desarrollo de la habilidad artística de los niños en etapas, de la misma manera en que Piaget concibe el desarrollo cognitivo. Un niño entre 0 y 4 años está, según Lowenfeld, en la etapa de los “garabatos”, por lo tanto al trabajar las artes con niños pequeños, no deberíamos esperar nada más que garabatos. Como consecuencia de esto, en educación preescolar abundan las propuestas que se hacen sin un mínimo rigor, creyendo que a los niños se les puede presentar cualquier producto artístico con sólo el fin de entretenerlos. No hay intenciones de desarrollar pensamiento crítico en los niños pequeños al momento de trabajar en arte y tampoco el profesor se da el tiempo de reflexionar sobre el trabajo y las actividades que él propone. 

¿Por qué sucede esto? Considerando la realidad chilena, creemos que existen dos grandes motivos. El primero es que en educación todo es para ahora, prácticamente no se trabaja enfocados en los procesos sino más bien en los resultados. Además, las educadoras en la mayoría de los casos no están familiarizadas con el proceso de creación artístico. En muchas oportunidades hemos preguntado a las educadoras si conocen personalmente a algún artista, si han visitado un taller de arte o una sala de ensayo de teatro y con frecuencia ninguna de ellas lo ha hecho. Trabajar con las artes implica tiempo e implica también considerar un proceso que bajo ninguna circunstancia se puede obviar. 

Como respuesta a este problema, es que surge la propuesta de Amnia Lab, la cual busca rescatar las prácticas artísticas dirigidas a la primera infancia desde lo emocional, físico, intelectual y espiritual, ampliando la percepción tan “infantilizada” que muchas veces tenemos de los niños. Está visión conecta muy bien con lo planteado por la  Educación Imaginativa, la cual a través de las comprensiones somática y mítica, permite trabajar el lenguaje del arte contemporáneo de manera casi natural.  

Junto con el urinario de Duchamp, el arte salió también de la tela (bidimensionalidad) y en ese sentido, el arte contemporáneo permite mejor que ningún otro la interacción con todo el cuerpo. Instalaciones que invitan a tocar, a escuchar, incluso a veces a probar conectan de manera mucho más directa con todos nuestro cuerpo que la Mona Lisa de Da Vinci. Lo importante es ir más allá de sólo sensaciones y traducir estas emociones en conceptos. Estos conceptos constituyen la esencia del arte actual y pueden expresarse y entenderse a través de historias, opuestos binarios y metáforas. Ésta última es sin duda una herramienta central, pues el artista al igual que los niños expresa su ideas y emociones a través de metáforas, liberándose de la literalidad y dando paso al desarrollo de la imaginación y creatividad en él y en quienes interactúen con su obra. 

Para que un adulto logre efectivamente acompañar a sus alumnos en el descubrimiento de un proceso artístico, es fundamental que primero experimente estos procesos en sí mismo. No podemos dar lo que no tenemos, y esta premisa también rige para el arte en primera infancia. 

Creemos que una educación a través del arte contemporáneo, apoyada por toda la teoría de la Educación Imaginativa  debe ser trabajada en conjunto con educadores y artistas. Ambos son educadores y ambos son también productores de arte. Esto supone también derribar la idea del artista encerrado en una torre esperando la inspiración divina, para instalar la imagen de un ser humano profundamente conectado con las problemáticas y los desafíos de su época. De esta manera, el educador vive el proceso creativo dentro de un equipo colaborativo y multidisciplinario, que no busca la competencia del más fuerte, sino que el apoyo entre todos los miembros de un mismo grupo. Es por este motivo que a través de la vinculación del arte contemporáneo y la educación inicial, el docente ya no se ve a sí mismo como una figura jerárquica y que debe realizar sus trabajo desde la obligación de ese rol, sino como un ser colaborativo, que trabaja desde la curiosidad, la fuerza colectiva y el disfrute.