Por Sergio Mora Gutiérrez y Claudia Donoso Rioseco

Durante mucho tiempo nos hemos preguntado, los padres y los profesores, que hay de malo en el cerebro de los adolescentes que les hace comportarse de la manera en que lo hacen: la agresividad, los estallidos emocionales, la impulsividad, la inclinación a conductas arriesgadas frente al alcohol, las drogas y el sexo, para dar solo algunos ejemplos. Para tranquilidad de todos debemos decir que no hay nada malo en el cerebro de los jóvenes y que los cambios tan bruscos en su comportamiento están correlacionados con grandes cambios que están produciéndose en forma normal en sus cerebros. Hasta el siglo pasado se pensaba que el cerebro humano completaba su crecimiento y desarrollo en la infancia, durante el mal llamado “periodo crítico” de los 3 años y que el cerebro estaba totalmente maduro entre los 10 y 12 años de edad, de modo que la “crisis” de la adolescencia era responsabilidad exclusiva del bombardeo de hormonas sexuales a que eran sometidos los cerebros de los niños y las niñas durante el periodo de la pubertad.

La aplicación de tecnologías modernas de análisis computarizado de imágenes, tales como la resonancia magnética funcional (fMRI), ha permitido no solo “escanear” los cerebros de niñas y niños sanos, sino que también obtener imágenes repetidas del mismo individuo a través de su desarrollo. Esto ha permitido a los neurocientíficos obtener una detallada y valiosa información acerca de la anatomía y fisiología del cerebro y se han aclarado una serie de mitos relacionados con el cerebro del adolescente.

Pocos padres se sorprenderán al leer que a los 16 años de edad el cerebro es diferente que a los 8 años o que, como lo sospechaban, el cerebro adolescente es diferente al del adulto. Según el investigador Jay Giedd, del Instituto Nacional de Salud Mental (INMH, USA), el cerebro continúa desarrollándose y cambiando durante la adolescencia y no se detiene a los 10 años, como se pensaba, sino que sigue madurando bien pasados los 20 años de edad. Lo más sorprendente es que, al inicio de la pubertad, se produce una segunda sobreproducción de materia gris (dendritas y conexiones sinápticas), algo que se pensaba que pasaba solo en los primeros 18 meses de vida. Luego la maduración se completa mediante un largo proceso de “poda” donde las conexiones que no se usan se marchitan, mientras que las que se usan permanecen y completan su maduración cuando los axones son mielinizados. La maduración del cerebro adolescente no es otra cosa que el lento reemplazo de la materia gris por la materia blanca que refleja una organización más eficiente del cerebro. Las técnicas de imágenes muestran que las áreas del cerebro asociadas con funciones básicas, sensoriales y motoras, maduran más temprano, luego lo hacen las estructuras relacionadas con las emociones y el sistema de recompensa y finalmente, las que maduran más lento son las áreas involucradas en la toma de decisiones, solución de problemas y control de los impulsos y emociones que no adquieren características adultas hasta pasados los 20 años de edad. Es decir “los adolescentes desarrollan el acelerador mucho antes que los frenos y la dirección”.

La adolescencia es, pues, un periodo de alta vulnerabilidad frente a amenazas como las drogas, el alcohol, los trastornos del aprendizaje y los desordenes emocionales, pero es también un periodo en que los adolescentes, con el apoyo de sus padres y profesores, pueden apoderarse de las múltiples oportunidades que se les presentan para desarrollar sus propios cerebros a través del desarrollo de actividades y conductas adecuadas, elegidas por ellos mismos.

Padres y profesores debemos saber que el cerebro madura en forma lenta y minuciosa durante las dos primeras décadas de la vida y algo más, influenciado por la experiencia del medio ambiente que lo modifica y transforma constantemente, de modo de comprender mejor a los niños y niñas que nos confían para educar.

Como el encéfalo humano es el órgano del aprendizaje, su desarrollo y evolución emocional y cognitiva se refleja en la conducta de las niñas y los niños, tanto en la vida escolar como familiar, la que varía en las diferentes etapas. Incluso hay momentos muy evidentes en que es difícil la comunicación y manejo con ellos, creando en ocasiones malestar en los adultos con los que se relacionan por sus comportamientos a veces disruptivos. Sin duda, el saber que existen etapas de aceleradas conexiones sinápticas y poda neuronal y que una de ellas coincide con la pubertad, es un mensaje esperanzador para los adultos que pensaban que eran “insoportables” en esa edad.

Lo único que hay que hacer es trabajar la “paciencia concentrada y empatía con ellos” de modo que una vez superado este tiempo salgan todos fortalecidos y no dañados en su relación. Hay que cuidar el emitir juicios valorativos destructivos como “eres terrible”, “ya no te aguanto más”, “tu otra vez ”, etc. muy por el contrario, se les debe reforzar positivamente.

Lo anterior no quita que además se les trate con “ternura y firmeza”, entendiendo que la autoridad del adulto bien entendida es necesaria en la educación. Debe ser una “ternura firme y firmeza tierna”, de modo de protegerlos también de las influencias sociales que no son siempre las mejores. La firmeza debe ser estimulante y motivadora, y la ternura es la causa y el fundamento de la firmeza. Saber armonizar estos binomios constituye “el arte de educar”.

Es la actitud de los padres y profesores la que les ayudará. Hay que evitar las respuestas inseguras, hostiles y agresivas, además de educar con el ejemplo donde exista congruencia entre el gesto, la palabra y la mirada. Por otro lado ayuda también el explicitar las reglas del juego claramente, con límites establecidos, sin negociaciones, a veces con un “NO, PORQUE TE QUIERO” y con empatía sobre su desarrollo cerebral. Considerando estos aspectos de seguro que la educación será muy adecuada y lograremos formar niños y niñas felices, nobles de espíritu y buenos ciudadanos del mundo.