Teletrabajo en pandemia: ¿Y los niños dónde están?

Rosario Undurraga, Ph.D. Profesora Titular Escuela de Ciencias de la Familia, Universidad Finis Terrae 


Debido a la pandemia del COVID-19, el teletrabajo se instaló en los hogares abruptamente: trabajo, familia, niños, trabajo doméstico y de cuidados, educación, tiempo y espacio personal, entre otras áreas de la vida, comparten y compiten por el mismo espacio, tiempo y recursos. Según el INE (septiembre 2020), el 25,5% de los trabajadores realiza trabajo remoto desde casa. Las escuelas y universidades están cerradas presencialmente desde el inicio de la pandemia (marzo 2020), por lo que el año académico 2020 y el 2021 (hasta ahora) han sido prácticamente a distancia. En este contexto, me pregunto: ¿dónde están los niños mientras se teletrabaja? 

Nuestro estudio sobre teletrabajo académico en pandemia en universidades chilenas que utiliza como metodología entrevistas foto-provocadas (Undurraga, Simbürger & Mora, 2021) muestra desgaste, cansancio y, en ocasiones, desborde entre mujeres altamente calificadas, debido a la multiplicidad de tareas y demandas al mismo tiempo, en un marco de una desigual distribución de labores domésticas y de cuidados, y altas exigencias laborales y académicas. La intensificación y extensión de la jornada laboral online por la mayor cantidad de reuniones, mayor trabajo de preparación docente y dar clases a estudiantes con cámaras apagadas, sumado a la ausencia de límites definidos entre trabajo y no-trabajo, hacen del teletrabajo una tarea compleja, sobre todo cuando se tiene dependientes a cargo. ¿Quién cuida a los niños mientras el teletrabajo se normaliza en pandemia? Labores simultáneas es la estrategia que muchas académicas despliegan en el día a día: mientras se está en una reunión, al mismo tiempo se está cocinando -o quemando- algo, respondiendo a un estudiante en el chat, viendo que los niños no se caigan, o escribiendo algo (¿profundo y serio?). ¿Es posible sostener esto en el tiempo? Yo digo que no. El multitasking no existe; es un mito. Quiero patentarlo. La imagen del teletrabajo de una bella y tranquila mujer con una guagua en un brazo, la pantalla del notebook, una taza de café humeante en el escritorio y una sonrisa en el rostro, solo la he visto en las revistas. Las fotos de nuestras participantes dicen otra cosa. Una brutalmente opuesta. No se puede trabajar bien y cuidar a un niño(a)(s) al mismo tiempo. Uno de los tres –el trabajo, el niño/a o la trabajadora– sale trasquilado, o todos. Y la tendencia, según nuestro estudio, es que las mujeres altamente calificadas siguen respondiendo dedicada y responsablemente a su trabajo. Si no alcanzan a terminar durante el extenso e intenso día laboral, siguen trabajando y escribiendo durante la noche, mientras el resto duerme. La mayoría ha debido continuar con sus compromisos académicos y metas productivas, incluso algunas universidades han aumentado la carga docente, sin duda, a un alto costo personal y emocional. Pero me pregunto: ¿y los niños?

Abufhele, Bravo & Soto-Ramírez (2021) evaluaron el impacto de la pandemia del COVID-19 en el desarrollo de niñas y niños en Chile tras el primer año académico sin jardín infantil o colegio presencial. Específicamente, evaluaron las áreas de desarrollo general, lenguaje, comportamiento socio-emocional y función ejecutiva, comparando datos de diciembre 2020 con la ELPI (Encuesta Longitudinal de la Primera Infancia) del 2017 de niños/as de sectores similares, en una muestra de 240 niños/as residentes en municipalidades de bajos recursos. Nada bueno dicen los resultados: grandes brechas negativas en casi todas las áreas de desarrollo de los niños y niñas son evidentes, además de grandes diferencias entre sectores sociales. Reducción en el desarrollo del lenguaje y aumento de problemas socioemocionales son las áreas más afectadas en comparación con las cohortes previas, mientras la función ejecutiva no presenta diferencias estadísticamente significativas. La implementación de la educación a distancia en preescolares ha sido particularmente compleja, con significativos resultados negativos en cuanto a aprendizajes y potenciales efectos en la salud mental. Abufhele, Bravo & Soto-Ramírez (2021) plantean que, incluso, el impacto en los niños/as podría ser irreversible. Es que la pandemia del COVID-19 ha causado la interrupción más larga de la educación formal que conocemos. Y esto ha generado consecuencias. Una enorme pérdida de aprendizajes, estragos en salud mental y mayor desigualdad social, entre otras secuelas.

La socialización necesaria para el desarrollo de los y las niñas se ha coartado por la pandemia. Los pequeños permanecen recluidos en casa. Sin permiso para salir ni ir a la escuela, sin excepciones ni subterfugios como lo hacen los adultos al solicitar permisos en Comisaría Virtual de Carabineros de Chile debido a las largas cuarentenas (Lamadrid, Undurraga, Pavez, de Fina, Baeza & Loaiza, 2021). Las necesidades de los niños han sido ignoradas. Tardíamente se depusieron las negativas para poder trasladar a los hijos de padres separados, y aún los niños y niñas no pueden ir “legalmente” al parque: no tienen pase de movilidad porque este grupo etario no está vacunado ni son beneficiarios de permisos en Comisaría Virtual. La mejor alternativa es sacarlos a la plaza en el horario de la franja deportiva (lunes a viernes entre 5:00 y 9:00 horas), aunque enfriarlos a las 5, 6 o 7 de la mañana (aún noche en invierno) sería casi un atentado a la salud. 

¿Y los accidentes caseros? Han aumentado drásticamente con la cuarentena (CNN, 2020). Según COANIQUEM, las quemaduras en menores de 5 años han aumentado 10% durante el confinamiento (El Heraldo Austral, 2021). Muchos niños/as quedan solos, viendo tele o tele-educándose mientras sus padres tele-trabajan o salen a trabajar por necesidad. O sea, están solos o casi solos en casa. Los adultos que intentaban estar disponibles para cuidarlos, ahora lo están para trabajar. El espacio que era su hogar ahora es para trabajar. Los niños, en vez de jugar, correr y compartir, han aprendido de distanciamiento social, mascarillas y mucha pantalla. La televisión se ha vuelto en el gran compañero de los pequeños (aún con los conocidas efectos negativos de la sobreexposición a pantallas), mientras los padres y madres tele-trabajan; hermanos/as se tele-educan; se tele-compra, tele-socializa y una larga lista de funciones ante una pantalla.

Peor aún. Los y las niñas están internalizando que cuando la mamá y/o el papá trabaja en casa, acercarse es molestar. ¿Cómo se le explica a los menores que el lugar que era su hogar ahora debe regirse por normas de oficina? ¿Cómo se les advierte que, a través de la pantalla, este mundo que es privado ya no lo es? ¿Que además probablemente esa clase o reunión está siendo grabada? Que si el menor grita, llora, se lamenta, cae o simplemente se pasea por atrás –o por delante– de la pantalla quedará en los registros (que no sabemos quién los ve ni dónde se guardan aquellas grabaciones ni por cuánto tiempo). Pero estas preguntas pasan a segundo plano ante los requerimientos inmediatos de una reunión o clase online

La Dra. Marlene Fermín-González, en este mismo blog, exhorta a realizar investigación considerando la voz de los y las niñas. Se estudia poco sobre los niños y no se les pregunta su visión cuando se estudia sobre ellos. Se les invisibiliza. Invisibles cuando su desarrollo se ve mermado por el cierre de colegios; invisibles ante la necesidad de interacción con pares; invisibles para adultos no disponibles para atender sus cuidados y emociones en pandemia; invisibles para acceder a permisos para salir; invisibles en investigación; y, muchas veces, invisibles ante las pantallas de los demás. Pero mientras el teletrabajo permanece y las escuelas siguen tras la pantalla, nuestra tarea es verlos y atenderlos, lo mejor que podamos.

¿Quiénes son los grandes ausentes del tele-trabajo y la tele-educación? Los menores que quedan desprovistos de cuidados si no hay un adulto encargado de efectivamente atender sus necesidades y cuidados; y los estudiantes sin rostro, todos aquellos que pasado un semestre, un año y otro más, hemos visto interactuar poco y nada tras pantallas negras. 

Queda un largo trayecto por recorrer, sobre todo para todos aquellos niños y niñas quienes ya han asimilado los principales mandatos de su primera socialización: el distanciamiento social (no acercarse ni tocar), no compartir (juguetes, colaciones) y lavarse las manos constantemente para evitar el contagio. ¿Cuál es este nuevo marco valórico en que se desarrollan los menores en pandemia? 

Tengo esperanza en la plasticidad del cerebro y la enorme capacidad de adaptación de los niños (más que la nuestra) para sopesar los daños instalados por los extensos aislamientos. Pero para recuperar rutinas, socialización, fortalecer el lenguaje, desarrollo cognitivo, contención emocional y muchas otras funciones propias de la educación formal, es necesario abrir las escuelas. El colegio, más que nunca, es el lugar más seguro para los niños. Y en cuanto a los temores al contagio, solo el 2,25% de los establecimientos con clases presenciales o híbridas presentó brotes de COVID-19 (Pauta, 2021), números ínfimos en comparación con las enormes desventajas en el desarrollo emocional, cognitivo y social de nuestros niñas y niños. Suplico que abran los colegios. No esperemos a que la salud mental sea nuestra próxima pandemia.

Referencias